Le llegó la primera carta,era por la mañana y se había
despertado tarde. Con lo cual salió corriendo de casa en dirección a su
facultad, pero se paró a mirar el buzón. Jamás lo hacía, esta vez lo hizo, no
supo bien por qué. Normalmente cuando llega tarde a algún sitio ya, hay algo
que le hace llegar aún más tarde. Alguien le para, le da por hacer algo que no
hace normalmente, pero le entra la extraña necesidad de pararse, en este caso a
mirar el buzón, en otros revisar si cerró bien, si apagó bien todo… La carta tenía
un color blanco. Tan blanco que parecía transparente. Quiero decir, mucha gente
dice que el blanco no es un color, pues este era un blanco tan puro, que
parecía un escenario perfecto para crear una historia al total gusto de quien
la cogiera. La cogió sujetándola con las palmas de sus manos por los bordes, se
quedó mirándola, en cierto punto le dio igual llegar tarde. A veces, cuando se
levanta sin ganas, estas cosas que le hacen pararse parecen excusas para que
realmente se haga tarde y así quedarse en casa. O salir a pasear y encontrar
cosas con las que emocionarse. Además, tampoco llevaba reloj. Si llegaba tarde,
se daba cuenta de ello porque al lado de su facultad había un reloj gigante,
odiaba ese reloj. La carta tenía un pañuelo azul dentro, y una hojita en la
cual ponía ‘’final’’. Al verlo se rió, parecía de esas típicas escenas raritas
de películas de terror. Aunque esta vez el portal no era oscuro, ni era de
noche, y la carta era de su madre. Se llevó el pañuelo en la mano y salío del
portal. Se quedó en la puerta y miró al cielo, estaba super azul. De este que
parece de cuento. Amaba quedarse un rato así antes de caminar. Hacía un poco de
frío, frío con Sol. Se puso el pañuelo, se rascó los ojos porque aún estaba
dormido, y el cielo le pareció aún más azul. De hecho, de repente, por un
segundo, todas las cosas que eran azules a su alrededor parecía como que
brillasen. Pero sólo por un segundo. Cuando comenzó a caminar empezó a pensar
en la palabra ‘’final’’. Sonaba una canción en su mp3 que decía en ese momento:
‘’Nunca saber dónde puedes terminar o empezar’’, Vetusta Morla - Copenhague
justo al cruzar una esquina;
terminar una calle y empezar otra, a su izquierda. Se volvió a reír, lo hacía
siempre de una manera inocente, a la gente le encantaba su sonrisa. A veces
incomodaba, era muy sincera. Empezaron a pasar más coincidencias, miró el reloj
y los segundos marcaban 7, el color al cual le asignaba el color azul.
Le
pareció divertido, además, tenía muchísima imaginación. A veces pensaba en
crear un mundo propio, porque se veía capaz, pero le parecía que podría llegar
a ser un poco enfermizo. Ahora no veía todo lo que era azul, más azul aún.
Empezaba a confundir colores, diferentes tipos de lugares, personas, partes de
cosas, partes de lugares… de todo su alrededor tenían un toque azul por encima
de su color natural. No sabía por qué, aún no se daba cuenta. Andaba por la
acera, las esquinas de los coches y edificios eran azules, los botones de
colgar de los móviles de gente ajena eran azules, gente que iba llorando tenía
como un aura azul. Iba mirando a la gente a las caras, y cerraba los ojos. De
tal manera se le quedaban las caras de todos grabadas, con un fino toque de
azul por encima, como una nube, en algunas personas, en otras no. Todo
implicaba un final, y un principio. A veces, cuando le pasaban muchas
coincidencias así, se le asentaban lágrimas en los ojos, sin caerse, aparte de
tener unos ojos así, que a veces parecía que tenían lágrimas… Cuando las tenía,
se volvían extraños, y así, podía quedarse con más caras y sus emociones, de
gente de su alrededor. Se podía quedar con la mirada, no sólo con las caras. Su
barrio era un poco laberíntico , al menos eso parecía. Él lo llamaba así, pero
muchas veces le daba significados a palabras porque así le sonaba bien a él,
pero en realidad no quería decir eso exactamente, pero le sonaba bien, como si
encajase. Para él, cuando encajaba así una palabra, lo sentía igual que cuando
decía la verdad, lo describía como: ‘’ cada que digo la verdad, siento que el
universo se reconstruye’’. Tenía como muchas esquinas, muchas líneas rectas
cortas, largas, unidas con otras, de dos en dos, de tres en tres… Muchas
escaleras, y más líneas rectas en tejados. En realidad toda la ciudad era así,
mirabas alrededor, y veías todo construido en figuritas, una al lado de otra.
Las aceras, las paredes, los edificios… Pero estaba hecho todo como ‘’premeditado’’
decía él. Sus reflexiones sobre aquel lugar los solía escribir: ‘’ Lo único que
intenta romper ese caos premeditado de figuras y líneas rectas, son un par de
personas que salen a tender la ropa o mirar el cielo. Debajo de mi casa también
hay un jardín, que es todo lo contrario a la parte del barrio, hecha con
cemento. Por eso lo amo, la verdad no amo el jardín, si no el hecho de que
exista tanto el jardín como esas figuras hechas ciudad, a la vez.’’ Esta
circunstancia suya, este lugar, le hizo su día de ‘’mini-alucinaciones’’ ( como
él mismo las llamará más adelante ) más fácil. Fácil no, más rico, y le hizo
darse cuenta más rápido de la cantidad de cosas de las que estaba rodeado cada
día. Tanto si las veía como si no, si estaba fuera de casa o dormía en ella,
éstas seguían ahí. Normalmente lo analizaba todo, pero aquella vez se dio cuenta
de que el agua no es azul, de que el cielo, científicamente no lo es, pero para
todos los ojos lo es. De hecho esa mañana vio de lejos a una vecina suya, la
cual siempre tendía la ropa a la misma hora, y tenía problemas desde hace
tiempo con su novio. Esa mañana tenía como una especie de telaraña nublada
alrededor de su persona, Akys supuso que algo había ya pasado. ‘’Siempre que
uno quiera acabar con algo, darle un final, para liberase, le viene muy bien
mirar el cielo todo un día entero.’’ Decía. Éste siempre estaba ahí, siempre.
El cielo es una mini-alucinación para todos los ojos, pero, Akys, tenía este
día sus propias mini-alucinaciones además de aquella, que siempre perdurará.
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